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El vals fue el género musical más popular del siglo XIX, asociado con la joie de vivre de la época. Este estilo musical no solo dominó bailes y tertulias, sino también la ópera y el repertorio sinfónico, con compositores como Verdi, Mahler y Brahms escribiendo célebres valses.
Esta tendencia también se extendió a América, donde compositores mexicanos del siglo XIX y XX, como Ponce y Chávez, crearon valses que reflejaban la tradición y adaptaban el género a su propio contexto cultural.
Francisco Mignone, en su colección "Valsas de esquina", capturó el espíritu improvisado de los valses callejeros brasileños, particularmente en las esquinas de Río y São Paulo. Sus valses, escritos entre 1938 y 1943, son íntimos y apasionados, y reflejan la esencia del trópico con una armonía delicada y un aire de improvisación.
Por otro lado, Heitor Villa-Lobos, en su "Ciclo brasileiro" de 1936, buscó representar la esencia brasileña no solo en las calles, sino también en la selva y las planicies del sertón. Sus piezas, influenciadas por su estancia en París y su contacto con la modernidad, combinan elementos brasileños con sonoridades modernas, resultando en obras complejas y rítmicamente ricas que requieren gran destreza pianística.
Villa-Lobos, a pesar de su afirmación de no ser folklorista, creó música que refleja una sensibilidad profundamente brasileña. Su trabajo, junto con el de Mignone, revela la "música de la palmera que piensa como palmera", una música que nos ofrece un deleite intenso y que expresa "el incendio tropical que llevamos dentro".